miércoles, 12 de diciembre de 2007

Un fragmento de vida

Buscaba un rostro con el que conversar. Era la primera vez desde que había comenzado con las sesiones de rehabilitación que tenía que viajar de pie en el autobús. El cuello no dejaba de quejarse a pesar del buen hacer de la fisioterapeuta que hoy le había masajeado con especial mimo y cuidado la zona de dolor. Descubrió a una señora al lado, con la que le hubiera apetecido iniciar una charla. La miró sosteniendo la vista en ella para incitarla pero no dio resultado. Por fin la joven que iba sentada a su lado se levantó y dejó el sitio libre. No, no iba a ser educada como otras veces y no cedió el asiento a nadie. Necesitaba que su columna descansara. Había pasado un rato en la librería y ya el cuerpo acusaba el cansancio. ¿Volvería a recuperar las fuerzas, el buen estado físico?. Ya sentada, abrió el libro que se había comprado y del que no tenía ninguna referencia. Una autora argentina. Una biografía. Levantó la vista un segundo para comprobar por dónde iba y descubrió al fondo del autobús a la mamá de Aurora.

La mamá de Aurora cumplirá sesenta y cinco años en junio. Su marido murió hace dos meses y medio , "pero no, no le temas a la muerte" me dijo cuando le manifesté mi pesar por su viudez". Llevaba cinco años padeciendo una enfermedad que lo había transformado en un ser violento (me mostró las últimas cicatrices en las piernas), agrio y deshumanizado. Era tan guapo. Lo quería tanto ( y él a mí, apostilló enseguida). Sus hijas tenían pasión con él. Principalmente Aurora que es la más sensible.

Buscaba un rostro con el que conversar. Había deseado encontrarse con la mamá de Aurora de nuevo en el autobús, como aquella mañana gris y húmeda en la que ella, sin prólogo ni presentación alguna se había lanzado a desvelarle todo lo que de su vida cupo en los cuarenta minutos escasos que duraba el trayecto, como si se conocieran de toda la vida.
Y allí estaba. Pantalón claro vaquero, jersey de lana y cuello vuelto negro. Era ella. Era la segunda vez que la veía en su vida pero no tenía la menor duda.

Su marido era futbolista. De Teruel. Vino a Málaga a un partido y allí se conocieron. Ella tenía sólo catorce años, quizás quince. Y se enamoraron. Y se casaron a pesar de las reticencias de la familia de él que veían en ella a una andaluza poco digna de un chico de Teruel.
Su padre, el de ella, no se opuso en absoluto a aquella relación porque veía en los ojos de su hija el amor más profundo. Él también había hecho lo mismo cuando era joven. No se puede luchar contra el amor.
Su madre había muerto al poco de nacer ella.

Y aunque buscaba un rostro con el que conversar, cuando la tuvo cerca prefirió esconderse tras el libro que devoraba con avidez. Había demasiada gente en el autobús y no quiso forzar el encuentro.
No tuvo que esperar mucho tiempo para volverla a encontrar. Al día siguiente, en el mismo trayecto, la vio subir y bajar en la misma parada. También ella lo hizo. La llamó con el único nombre que conocía:
- “Hola, mamá de Aurora”
- Hola, preciosa, ¿qué tal?

Y emprendió un delicioso monólogo continuación del que había iniciado dos días antes.

No parecía que se encontrara sola a pesar de haber perdido a su marido dos meses antes. La soledad debió comenzar el día en que éste empezó a no vivir la realidad como el resto de los humanos, el día en que éste dejó de reconocer a su amor, a su compañera de viaje, a la madre de sus hijas, el día en que éste…empezó a perder su dignidad como persona. Y sin embargo, ella hilaba frases, una detrás de otra, como queriendo recuperar un tiempo que nunca habíamos perdido.

Se encontraba a gusto con aquel trocito de mujer , menuda como Edit Piaff “ce bout de femme”, pelo corto adornado con mechas de canas naturales, gafas redondas y ojos expresivos. Aún no había empezado a cobrar la paga que le correspondía por su marido, pero aquello no parecía preocuparle. Estaban sus hijas . Angelita en Huelva, con un buen puesto en la Diputación y Aurora, maestra de vocación, tímida y sensible. Además había decidido vender tres piezas antiguas, un reloj de pared, una mesita baja y un aparador, a un amigo de la familia.
Temía no obstante que la invitara a subir a su casa. Llevaban casi media hora de pie y ella iba cargada de bolsas que no parecían dañar sus ya dañadas manos. Sufría un cáncer de huesos. No cambió de tono el día que le habló de su enfermedad. Lo temía porque no conocía a aquella mujer de nada. Es cierto que nos parecen sospechosas las personas amables. No lo hizo. La calle fue el escenario de su segundo encuentro.

¿ Cómo fueron aquellos cinco años de convivencia con un marido aquejado de Alzeimer? ¿Dónde escondería los cuchillos y todos aquellos objetos que ponían en peligro su vida? ¿Cómo pudo aguantar aquel cuerpecito enclenque tantas noches en duermevela temiendo que él se levantara y se escapara como ocurrió aquella noche en que un fuerte aporreo en la puerta la despertó y aturdida ,comprobó que su marido estaba tras ella, en pijama , acompañado por dos policías?.Andaba vagando, también él aturdido, por las calles de Málaga sin saber dónde ir, sin saber quién era, sin saber quién le había robado su realidad?

Y sin embargo, Luisa, no daba la apariencia de una persona triste, ni cansada de tanto desvarío existencial, de tanto sufrimiento, de tanto vacío. Contaba su historia como si ésta no le perteneciera.

Aquel día ella venía del hospital donde se había sometido a unas pruebas para determinar la gravedad de su cáncer. Al llegar a casa escuchó en el contestador del teléfono una mensaje en el que le informaban de que a su marido habían tenido que llevarlo al hospital porque había empeorado.( Lo había tenido que internar quince días en una residencia mientras ella se sometía a aquellas dichosas pruebas.)

- Se sujetó a la vida con todas sus fuerzas. Yo por aquel entonces lo llamaba cariñosamente Jaimito, porque la delgadez que lo había ido consumiendo ponía de realce sus orejas. Y creo que me escuchaba porque a veces algunas lágrimas corrían por sus mejillas. Mi hija, que lo adoraba no pudo por menos que dejar salir una expresión bien castiza de Huelva, con todo el amor que le profesaba: “ Hijoputa ,¿por qué nos haces esto?”. Se encontraba entonces en algún país sudamericano del que tuvo serias dificultades para coger un vuelo y desplazarse rápidamente para Málaga.

Sí , se agarró con fuerzas a la vida. Aún estuvo quince días en el hospital. Luisa lo acompañaba todas las noches y sus hijas la relevaban durante el día. Y cuando la vida se desprendió de él aquella madrugada ella no estaba sola, Angelita apareció inesperadamente a las diez y media de la noche para sorpresa de su madre.

- ¿Qué haces aquí, hija? ¿Ocurre algo?
- No. Estaba inquieta y he preferido estar contigo.

Murió aquella misma noche a las cuatro de la madrugada. Aquel “Jaimito hijoputa” hizo su último viaje acompañado de Angelita y Luisa..

- Aurora no lo hubiera soportado. Es tan sensible.

¡Cuántos fragmentos de vida viajan cada día en una de las líneas que recorren la ciudad a una hora bien precisa.¡. Veo el autobús pasar a través de la ventana. Yo no voy en él. ¿Quién se hará cargo de esas vidas?.

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