jueves, 27 de diciembre de 2007

PEQUEÑA LOCURA MATUTINA

Se agarró a las sábanas con todas las fuerzas que sus manos le permitían. No, no quería que le volviera a suceder. Sabía que en cuanto saliera de la cama irrumpiría en un profuso y profundo llanto. Se volvería a inundar su dormitorio. Volvería a resbalar en el cuarto de baño convertido de nuevo en una inmensa piscina bañado por sus lágrimas. Se le volvería a aguar el café con leche y las tostadas se convertirían en una papilla informe empapada de tristeza. Le repugnaba ese sabor. Vestirse se convertiría otra vez en una empresa harto difícil pues apenas metía la cabeza por la camiseta ésta ya estaba húmeda y al instante chorreando. Y la siguiente, y la siguiente… hasta el punto de vaciar todo el armario. Y desesperada cubriría su cuerpo con algodones para que empapara y entonces saldría presurosa a la calle para que el aire la secara con más rapidez . Sabía que en cuanto la luz del día la bañara, el llanto desaparecería. Y así y un día tras otro.
A veces las calles del barrio donde vivía estaban desiertas. Y entonces su llanto proseguía. Salía temprano para evitar las miradas compasivas de los viandantes. Lo había intentado todo. Pintarse la cara con vivos colores para provocar su risa. La pintura no aguantaba un segundo. Se corría por las mejillas y le provocaban aún más tristeza el verse con ese aspecto. Había incluso inventado un complicado sistema de poleas con cuerdas, plumas y trocitos de hierba para hacerse cosquillas sólo con pulsar un botón. Inútil . Las plumas perdían su rigidez al contacto con las lágrimas y en lugar de cosquillas lo que le provocaban era un gran repelús. Había colgado por la casa fotos de los más ilustres payasos con los gestos más divertidos en un intento tan vano como inútil de que le arrancaran una sonrisa. Proyectaba en vídeo las caídas más graciosas, ruidos de pedos y eructos… Nada la sacaba de su tristeza. Nada le secaba sus lágrimas.
Los vecinos hartos de tanta humedad en sus paredes habían contratado a una empresa para que sellaran techos y paredes pero era tal la profusión de lágrimas cada mañana que finalmente habían decidido pintar todo de negro para camuflar el moho.
Aquella mañana al despertar tuvo una brillante idea. Empezó tímidamente a jugar primero con sus dedos haciendo que éstos bailaran al ritmo de una salsa. Lo siguieron sus pies. Silbó entrecortadamente la canción y al escucharse sin saber ni cómo ni por qué una voz que no parecía salir de ella cantaba a pleno pulmón. Ya todo su cuerpo se movía frenéticamente haciendo que las sábanas, la almohada y más tarde el colchón saltaran acompañando sus movimientos. Sonreía. Ni una sombra de tristeza. Sin perder el compás salió visiblemente contenta de la cama, se dirigió al cuarto de baño y allí siguió bailando y cantado, perpleja y encantada al comprobar que todo volvía a la normalidad. Al mirarse en el espejo descubrió una amplia sonrisa, una luz especial que brotaba de cada poro de su piel.

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