viernes, 28 de diciembre de 2007

LA INOCENCIA EN SU ESTADO MÁS PURO


Celebro con todos vosotros el día de los Inocentes presentandoos a la mejor muestra de inocencia de la familia. Se llama Elena.Es nuestra muñequita.
Recuperemos en el día de hoy la sonrisa cristalina y en su estado puro de un niño.
FELIZ DÍA

jueves, 27 de diciembre de 2007

PEQUEÑA LOCURA MATUTINA

Se agarró a las sábanas con todas las fuerzas que sus manos le permitían. No, no quería que le volviera a suceder. Sabía que en cuanto saliera de la cama irrumpiría en un profuso y profundo llanto. Se volvería a inundar su dormitorio. Volvería a resbalar en el cuarto de baño convertido de nuevo en una inmensa piscina bañado por sus lágrimas. Se le volvería a aguar el café con leche y las tostadas se convertirían en una papilla informe empapada de tristeza. Le repugnaba ese sabor. Vestirse se convertiría otra vez en una empresa harto difícil pues apenas metía la cabeza por la camiseta ésta ya estaba húmeda y al instante chorreando. Y la siguiente, y la siguiente… hasta el punto de vaciar todo el armario. Y desesperada cubriría su cuerpo con algodones para que empapara y entonces saldría presurosa a la calle para que el aire la secara con más rapidez . Sabía que en cuanto la luz del día la bañara, el llanto desaparecería. Y así y un día tras otro.
A veces las calles del barrio donde vivía estaban desiertas. Y entonces su llanto proseguía. Salía temprano para evitar las miradas compasivas de los viandantes. Lo había intentado todo. Pintarse la cara con vivos colores para provocar su risa. La pintura no aguantaba un segundo. Se corría por las mejillas y le provocaban aún más tristeza el verse con ese aspecto. Había incluso inventado un complicado sistema de poleas con cuerdas, plumas y trocitos de hierba para hacerse cosquillas sólo con pulsar un botón. Inútil . Las plumas perdían su rigidez al contacto con las lágrimas y en lugar de cosquillas lo que le provocaban era un gran repelús. Había colgado por la casa fotos de los más ilustres payasos con los gestos más divertidos en un intento tan vano como inútil de que le arrancaran una sonrisa. Proyectaba en vídeo las caídas más graciosas, ruidos de pedos y eructos… Nada la sacaba de su tristeza. Nada le secaba sus lágrimas.
Los vecinos hartos de tanta humedad en sus paredes habían contratado a una empresa para que sellaran techos y paredes pero era tal la profusión de lágrimas cada mañana que finalmente habían decidido pintar todo de negro para camuflar el moho.
Aquella mañana al despertar tuvo una brillante idea. Empezó tímidamente a jugar primero con sus dedos haciendo que éstos bailaran al ritmo de una salsa. Lo siguieron sus pies. Silbó entrecortadamente la canción y al escucharse sin saber ni cómo ni por qué una voz que no parecía salir de ella cantaba a pleno pulmón. Ya todo su cuerpo se movía frenéticamente haciendo que las sábanas, la almohada y más tarde el colchón saltaran acompañando sus movimientos. Sonreía. Ni una sombra de tristeza. Sin perder el compás salió visiblemente contenta de la cama, se dirigió al cuarto de baño y allí siguió bailando y cantado, perpleja y encantada al comprobar que todo volvía a la normalidad. Al mirarse en el espejo descubrió una amplia sonrisa, una luz especial que brotaba de cada poro de su piel.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Dicen que hoy hará bueno




Dicen que hoy hará bueno. Es 24. Estamos en diciembre.
Tengo yo serias dudas sobre ello.
Veo a María con cara de pánico ante la llegada inminente de su padre. Ha vuelto a beber y de nuevo llegará violento y les insultará y le pegará a su madre.
Siento a Rosario asustada en la habitación del hospital. Su hijo está sufriendo y ella no puede hacer nada por aliviarlo. Ella no puede hacer nada por salvarlo.
Reconozco la tristeza de Paco y la de Aurelio, y la de Herminia…
Hace unos días enterraron a uno de sus familiares. En el telediario, como cada año, hacen en el recuento de víctimas mortales de accidentes de tráfico. En ese preciso instante sus teléfonos sonaron. No eran anónimas las víctimas. Eran su hijo, su marido, su hermana.
Dicen que hoy hará bueno. Y estamos a 24. Y es diciembre.
Y yo no me lo puedo creer.
¿ Por qué no están encendidas las luces del árbol de Navidad en casa de Josefa? ¿Por qué Alba no ha escrito carta a los Reyes? ¿Por qué Celia no sonríe? …
Hoy es 24 de diciembre y las penas se agolpan, las tristezas se visten de gala y hacen su particular parada en familias anónimas pero con nombres y apellidos.
¿Habrá alguna manera de aliviarlas? Me siento un poco triste por todos ellos y también por mí porque tampoco este año estaremos todos juntos. Y el año que viene tampoco, seguramente por otros motivos o quizás por los mismos.
Queridos Reyes Magos, este año me he portado muy bien y aparte de la goma gigante y el bolígrafo de 10 colores y la máquina de escribir quiero pediros un poco de brillantez , de cordura, de sensibilidad para repartirlo entre las personas que me rodean y a las que quiero.
Miro hacia el cielo y efectivamente parece que va a hacer bueno. Yo sigo teniendo serias dudas.

sábado, 22 de diciembre de 2007

El hada madrina con parte de su prole


No parece disgustada tampoco. Le dan la vida...
Y ella a nosotros. Gracias tiíta

viernes, 21 de diciembre de 2007

JORNADA INFANTIL. CINE, PIZZA Y PARQUE


¿Por qué no lo repetiré yo más a menudo?
¡Me dieron tantos cariñitos a lo largo del día¡
Os quiero bichitos

FELIZ 2008


Un abrazo muy fuerte a todos y mis mejores deseos para este nuevo año.

domingo, 16 de diciembre de 2007

AL ATARDECER O RECALANDO DE NUEVO EN LA INFANCIA




Y entonces Pablo le pidió a Matilde que le hablara de su infancia. Nunca nadie se había interesado tanto por su vida. Sintió una gran felicidad al rastrear en aquel pasado al que había dejado posado con mimo como simiente de todo cuanto le aconteció con posterioridad.

¿Que pasó realmente en aquella infancia lejana? ¿Serían fieles los recuerdos o le jugaría la memoria una broma pesada? ¿Inventamos lo que vivimos? ¿Barnizamos la historia, nuestra historia personal, con trazos indelebles y rescatamos de ella sólo lo que nos marcó profundamente?. Sólo podríamos reconstruirla uniendo nuestros retazos con los de las personas que vivieron a nuestro lado aquellos años. Sólo entonces podríamos acercarnos con un mínimo de realismo a lo que realmente ocurrió. Y ni siquiera así. ¿Para qué entonces?.

Pero Pablo se lo había pedido y ella no vacilaría un segundo en comenzar a contarle cuantos recuerdos transparentes vinieran a su cabeza.
Podía hacerlo. Con suave tacto tejería para él su infancia.

Una infancia rodeada siempre de su familia, sus amigos y amigos de sus hermanos. Una casa bulliciosa que acogía por sus grandes dimensiones a mucha gente. Y una mamá siempre presente, discreta pero firme, que no necesitaba dictar unas normas de convivencia para que todo funcionara.

No nos faltó nunca de nada. Llegábamos siempre puntuales al colegio, íbamos limpios , bien vestidos y peinados, debidamente alimentados, contentos. Me pregunto cómo lo hacía. Qué capacidad de organización, qué capacidad de trabajo, qué fortaleza la suya. No era una madre empalagosa pero siempre estaba cuando la necesitábamos. Sabía protegernos cuando la fiebre nos debilitaba, la comida estaba siempre a su hora, la ropa limpia, la casa arreglada...
Recalar en aquella infancia es perder un poco de vista la figura de mis padres. Yo estaba entretenida en crecer alrededor de mis amigas, de mis maestros, de mis hermanos y hermanas. Guardo muchos más recuerdos de ellos que de mis progenitores. Me entristece pensar que no sé nada de sus vidas de entonces. Sólo toman una presencia más definida cuando se acerca el presente más inmediato. Y sin embargo estoy convencida de la enorme influencia que han tenido en mi vida.

Pensar en mi madre es como pensar en mí misma. Como si ella y yo hubiéramos sido solo una. No le concibo una vida propia. Ella siempre estaba.
Pensar en mi padre es como pensar en mí misma. No estaba tanto pero su presencia era omnipresente. Eran ellos, mis padres y debía de ser así.

¡Qué extraña me siento reconociendo un vacío tan inmenso¡ ¿Por qué nunca me he parado a pensar cómo eran sus vidas entonces?¿Y por qué entonces ahora trato de arreglarlas.? ¿Por qué ahora me considero tan sabia para enjuiciar, aconsejar queriendo estar tan presente? No tengo ningún derecho. Debo de estar ahí, como ellos lo estuvieron, con una exquisita discreción.

No tengo recuerdos de infancia mi querido Pablo. Los olvidé. Déjame que te cuente el ahora y tú sabrás deducir la historia.

- No los olvidaste, mi amor. Es de ti de quien quiero que me hables y eso no se olvida.

Permanecen en mi memoria unos cuantos acontecimientos que siempre relato cuando pienso en el pasado. La excursión al campo el día que tuve mi primera regla y los cuidados de la tía Alma ( una de las hermanas de su madre que había elegido la soltería para ocuparse de su madre, mi abuela) para que no me mojara los pies al cruzar un pequeño riachuelo; las noches de estudio, en casa de la abuela, de la tía Esmeralda y su amiga Marga, sus risas, su alegría; la tarde que murió el abuelo y el llanto de papá (fue la única vez que lo oí llorar); el último embarazo de mamá en el que murió el que hubiera sido el séptimo hijo; los juegos , la música, las risas en la casa siempre rodeada de muchos amigos, las películas de los sábados por la tarde y “los dulces”, montañas de pipas, yogures de chocolate los fines de semana, viajes con toda la familia al campo, a Sevilla, a Córdoba, a Madrid..., las noches de Reyes, los deliciosos veranos junto al mar, infinitas mudanzas, los comienzos de curso, mi primer día de colegio, el abuelo cuidando de nosotros mientras los papás iban al cine, las chocolatinas al día siguiente...

Pablo, con la mirada perdida en el horizonte, escuchaba sin parpadear a Matilde con esa atención propia de testigos omnipresentes y fieles de la humanidad. Trataba de imaginar aquella infancia jubilosa de su Patoja (era el nombre cariñoso con el que la nombraba) e irremediablemente el recuerdo de la suya empañó sus ojos cálidos y acostumbrados a mirar al fondo de las almas de quienes le rodeaban.
Matilde, inmersa como estaba en esa maraña de recuerdos lejanos, percibió la mirada triste de su siempre alegre compañero, e interrumpió el relato desordenado en el que por fin empezaba a encontrarse cómoda.

- ¿Qué te ocurre, Pablo?
- Las arrugas del corazón, mi amada. Pero no, no pares. Sigue desgranando tu mundo para mí.

Se hizo un silencio familiar para ellos y ambos sintieron la caricia también familiar de Copihue entre sus piernas reclamando el paseo diario entre los acantilados.




FEBRERO 2004

¿Por qué lloraba mi hermano en la foto de la playa? Por él mismo

Morning...Yo también me levanté temprano para comprobar si la foto había despertado en ti algún sentimiento de autocrítica, pues ese llanto desconsolado, a una edad tan tierna, no puede dejar indiferente a nadie.
Es cierto que tú tienes cara de alelada (perdona), aunque, bien mirado,tal vez tu mirada sea la más existencial de las cuatro (excluyo la mia, porque eso no es una cara); creo que estás en pleno despertar de la conciencia...te preguntas sobre el dolor ajeno, sus causas, dichosa de no ser tú la que sufres, feliz con tu cubo amarillo lleno de agua salada y el efecto mágico de su simplicidad; es cierto que pareces ajena a la escena de dolor en ese preciso instante, pero no es menos cierto que no sabemos la trayectoria que vengo siguiendo con mi pena; tal vez veinte segundos antes vertiste parte del agua de tu cubo amarillo y su sal sobre mi cara, y tal vez parte de ese agua y su sal irritaran mis conjuntivas infantiles provocando un enorme prurito.
Siguiendo la misma hipótesis, es cierto que Marivic y Merchi parecen demasiado alejadas del parvo llorón, pero ello no descarta que una de ellas o ambas, me hubieran desterrado de ese reino mágico con forma de neumático gigante (eso lo se ahora) mediante un simple empujón o, lo que pudiera ser peor, me impidieron subir a lo alto de la fortaleza neumática, toda vez que, entre ambas había hueco suficiente para acogerme; apoyaría dicha hipótesis, la mirada pícara de Marivic, de satisfacción por el deber cumplido de haberle fastidiado el día al "rey de la casa" hasta entonces; por su parte, Merchi, parece descartada, por ese aire de pereza contrariada, de leve discordia con el mundo, ajena al dolor del enano, mientras mira a la cámara con suficiencia.
Realmente, la única que parece disfrutar con mi dolor es Nenia, aunque por su situación, parece también descartada, pues yo "vengo" de algún sitio y "voy" hacia otro, luciendo mi llanto delante de ella (sólo está en mi trayectoria).
La probabilidad de haber resbalado me parece poco significativa como para considerarla; la arena de la playa es poco resbaladiza, ya sabes, y aún en el caso de que ello hubiera ocurrido, el sentimiento de verguenza no está tan desarrollado a esas edades y a esos niveles que presupones como para desencadenar un llanto tan sincero como el que luce el protagonista de la escena. Por otro lado, buscar coquinas con esa edad, pudiendo buscar diversión con las hermanitas en ese objeto tan divertido, también me parece altamente improbable.
Por todo ello, considero que es una instantánea con un final abierto (el final incluye el principio)...mañana más...tengo que consultar con mi psicoanalista...

El enano llorón sin motivo (y si solo estuviera 'cagadito' y tenía prurito anal grado IV?)

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Un fragmento de vida

Buscaba un rostro con el que conversar. Era la primera vez desde que había comenzado con las sesiones de rehabilitación que tenía que viajar de pie en el autobús. El cuello no dejaba de quejarse a pesar del buen hacer de la fisioterapeuta que hoy le había masajeado con especial mimo y cuidado la zona de dolor. Descubrió a una señora al lado, con la que le hubiera apetecido iniciar una charla. La miró sosteniendo la vista en ella para incitarla pero no dio resultado. Por fin la joven que iba sentada a su lado se levantó y dejó el sitio libre. No, no iba a ser educada como otras veces y no cedió el asiento a nadie. Necesitaba que su columna descansara. Había pasado un rato en la librería y ya el cuerpo acusaba el cansancio. ¿Volvería a recuperar las fuerzas, el buen estado físico?. Ya sentada, abrió el libro que se había comprado y del que no tenía ninguna referencia. Una autora argentina. Una biografía. Levantó la vista un segundo para comprobar por dónde iba y descubrió al fondo del autobús a la mamá de Aurora.

La mamá de Aurora cumplirá sesenta y cinco años en junio. Su marido murió hace dos meses y medio , "pero no, no le temas a la muerte" me dijo cuando le manifesté mi pesar por su viudez". Llevaba cinco años padeciendo una enfermedad que lo había transformado en un ser violento (me mostró las últimas cicatrices en las piernas), agrio y deshumanizado. Era tan guapo. Lo quería tanto ( y él a mí, apostilló enseguida). Sus hijas tenían pasión con él. Principalmente Aurora que es la más sensible.

Buscaba un rostro con el que conversar. Había deseado encontrarse con la mamá de Aurora de nuevo en el autobús, como aquella mañana gris y húmeda en la que ella, sin prólogo ni presentación alguna se había lanzado a desvelarle todo lo que de su vida cupo en los cuarenta minutos escasos que duraba el trayecto, como si se conocieran de toda la vida.
Y allí estaba. Pantalón claro vaquero, jersey de lana y cuello vuelto negro. Era ella. Era la segunda vez que la veía en su vida pero no tenía la menor duda.

Su marido era futbolista. De Teruel. Vino a Málaga a un partido y allí se conocieron. Ella tenía sólo catorce años, quizás quince. Y se enamoraron. Y se casaron a pesar de las reticencias de la familia de él que veían en ella a una andaluza poco digna de un chico de Teruel.
Su padre, el de ella, no se opuso en absoluto a aquella relación porque veía en los ojos de su hija el amor más profundo. Él también había hecho lo mismo cuando era joven. No se puede luchar contra el amor.
Su madre había muerto al poco de nacer ella.

Y aunque buscaba un rostro con el que conversar, cuando la tuvo cerca prefirió esconderse tras el libro que devoraba con avidez. Había demasiada gente en el autobús y no quiso forzar el encuentro.
No tuvo que esperar mucho tiempo para volverla a encontrar. Al día siguiente, en el mismo trayecto, la vio subir y bajar en la misma parada. También ella lo hizo. La llamó con el único nombre que conocía:
- “Hola, mamá de Aurora”
- Hola, preciosa, ¿qué tal?

Y emprendió un delicioso monólogo continuación del que había iniciado dos días antes.

No parecía que se encontrara sola a pesar de haber perdido a su marido dos meses antes. La soledad debió comenzar el día en que éste empezó a no vivir la realidad como el resto de los humanos, el día en que éste dejó de reconocer a su amor, a su compañera de viaje, a la madre de sus hijas, el día en que éste…empezó a perder su dignidad como persona. Y sin embargo, ella hilaba frases, una detrás de otra, como queriendo recuperar un tiempo que nunca habíamos perdido.

Se encontraba a gusto con aquel trocito de mujer , menuda como Edit Piaff “ce bout de femme”, pelo corto adornado con mechas de canas naturales, gafas redondas y ojos expresivos. Aún no había empezado a cobrar la paga que le correspondía por su marido, pero aquello no parecía preocuparle. Estaban sus hijas . Angelita en Huelva, con un buen puesto en la Diputación y Aurora, maestra de vocación, tímida y sensible. Además había decidido vender tres piezas antiguas, un reloj de pared, una mesita baja y un aparador, a un amigo de la familia.
Temía no obstante que la invitara a subir a su casa. Llevaban casi media hora de pie y ella iba cargada de bolsas que no parecían dañar sus ya dañadas manos. Sufría un cáncer de huesos. No cambió de tono el día que le habló de su enfermedad. Lo temía porque no conocía a aquella mujer de nada. Es cierto que nos parecen sospechosas las personas amables. No lo hizo. La calle fue el escenario de su segundo encuentro.

¿ Cómo fueron aquellos cinco años de convivencia con un marido aquejado de Alzeimer? ¿Dónde escondería los cuchillos y todos aquellos objetos que ponían en peligro su vida? ¿Cómo pudo aguantar aquel cuerpecito enclenque tantas noches en duermevela temiendo que él se levantara y se escapara como ocurrió aquella noche en que un fuerte aporreo en la puerta la despertó y aturdida ,comprobó que su marido estaba tras ella, en pijama , acompañado por dos policías?.Andaba vagando, también él aturdido, por las calles de Málaga sin saber dónde ir, sin saber quién era, sin saber quién le había robado su realidad?

Y sin embargo, Luisa, no daba la apariencia de una persona triste, ni cansada de tanto desvarío existencial, de tanto sufrimiento, de tanto vacío. Contaba su historia como si ésta no le perteneciera.

Aquel día ella venía del hospital donde se había sometido a unas pruebas para determinar la gravedad de su cáncer. Al llegar a casa escuchó en el contestador del teléfono una mensaje en el que le informaban de que a su marido habían tenido que llevarlo al hospital porque había empeorado.( Lo había tenido que internar quince días en una residencia mientras ella se sometía a aquellas dichosas pruebas.)

- Se sujetó a la vida con todas sus fuerzas. Yo por aquel entonces lo llamaba cariñosamente Jaimito, porque la delgadez que lo había ido consumiendo ponía de realce sus orejas. Y creo que me escuchaba porque a veces algunas lágrimas corrían por sus mejillas. Mi hija, que lo adoraba no pudo por menos que dejar salir una expresión bien castiza de Huelva, con todo el amor que le profesaba: “ Hijoputa ,¿por qué nos haces esto?”. Se encontraba entonces en algún país sudamericano del que tuvo serias dificultades para coger un vuelo y desplazarse rápidamente para Málaga.

Sí , se agarró con fuerzas a la vida. Aún estuvo quince días en el hospital. Luisa lo acompañaba todas las noches y sus hijas la relevaban durante el día. Y cuando la vida se desprendió de él aquella madrugada ella no estaba sola, Angelita apareció inesperadamente a las diez y media de la noche para sorpresa de su madre.

- ¿Qué haces aquí, hija? ¿Ocurre algo?
- No. Estaba inquieta y he preferido estar contigo.

Murió aquella misma noche a las cuatro de la madrugada. Aquel “Jaimito hijoputa” hizo su último viaje acompañado de Angelita y Luisa..

- Aurora no lo hubiera soportado. Es tan sensible.

¡Cuántos fragmentos de vida viajan cada día en una de las líneas que recorren la ciudad a una hora bien precisa.¡. Veo el autobús pasar a través de la ventana. Yo no voy en él. ¿Quién se hará cargo de esas vidas?.

martes, 11 de diciembre de 2007

Yo soy la del cubito a la izquierda


Me acuerdo de las galletitas ovaladas sabor a limón que mi abuela nos daba para la merienda cuando éramos pequeños y que guardaba en una caja cuadrada de lata azul en la alacena de la cocina. Son las galletas más ricas que jamás haya probado nunca, quizás porque la infancia fue una época muy dulce.
La alacena estaba situada al entrar a la cocina a la derecha. En realidad era como una pequeña habitación formando esquina, con unas grandes puertas de madera celestes con pomos de cerámica blancos. La lata azul, la de las galletas ovaladas, se encontraba a la altura de nuestra corta estatura en la segunda balda. Mientras mi abuela nos preparaba la leche nosotros corríamos a cogerla y a ponerla encima de la mesa de la cocina. La abríamos con avidez y esperábamos ansiosos la leche calentita para sumergirlas en ella. Se reblandecían, lo suficiente para que no se rompieran y nos las llevábamos a la boca para que terminaran de fundirse en ella. Eran las galletas de la abuela. Era la mejor merienda del mundo. Y eso que ya existían los Phosquitos, los Tigretones y creo que hasta los Donuts de chocolate.
La leche la traía Manolo, el lechero, que tenía una vaquería en el pueblo. Había que hervirla primero para matar los microbios. Esa nata dura y espesa que se formaba al enfriarse la colaba mi abuela y la utilizaba luego para hacer mantequilla.
A la izquierda estaba la hornilla y la abuela permanentemente delante de ella cocinando. Aquel día estaba acostada yo en el dormitorio del fondo aquejada de fiebres maltas. No debieron hervir muy bien la leche del queso de cabra que me comí y que me provocó la enfermedad. Sentí un alarido. A mi abuela acababa de caerle encima del pie izquierdo el aceite hirviendo de la sartén donde freía el pescado.
Tuvo que permanecer en la cama el mismo tiempo que yo estuve con las fiebres. De lo que ocurrió allí, en aquel dormitorio, abuela y nieta juntas, sólo os adelanto que me enseñó a utilizar la aguja de crochet y que hice la cadeneta más larga que jamás nadie haya tejido.

lunes, 10 de diciembre de 2007





Pues sí, de nuevo me ha enamorado el Cabo de Gata. Nos ha hecho un tiempo magnífico. Hemos hecho unas excursiones agotadoras pero preciosas y como siempre los colores, las formas, la luz me han impresionado y emocionado

miércoles, 5 de diciembre de 2007

HOLA A TODOS,ME VOY A CABO DE GATA: A PASEAR, DELEITARME CON EL MAR, HACER FOTOGRAFIAS( OTRA DE MIS PASIONES) , LEER, RELAJARME Y DISFRUTAR.NOS ENCONTRAMOS A LA VUELTA.
FELIZ PUENTE

martes, 4 de diciembre de 2007

La carta certificada o la funcionaria miope

LA CARTA CERTIFICADA


Ocho de julio. Ocho y media de la mañana. Año en curso, 2005

Al salir de aquella oficina de correos, tras haber mandado la carta certificada a la Delegación Provincial de Educación, para solicitar un cambio de domiciliación bancaria, sentí un pinchazo en la garganta y un estremecimiento en el corazón a la vez que una profunda emoción y una desmesurada tristeza. Lo que se prometía una gestión sin mayor trascendencia se había convertido en un acto digno de ser grabado en el disco duro de este ordenador y en el corazón tierno de la que os habla.
Cuando llegué a la puerta de la oficina eran las ocho y veinte. No abrirían hasta las ocho y media. Allí esperaban un joven de color, una joven menudita y un señor mayor con buen aspecto, gafas y fumador. Encendió un cigarrillo para matar el tiempo, como yo. Llevaba un sobre blanco en la mano y junto a éste lo que parecía ser una servilleta de papel de bar arrugada donde llevaba apuntada una dirección. Lo supe más tarde.
A las ocho y treinta y dos minutos abrieron. El primero en entrar fue el señor mayor, seguido de la joven. Yo le cedí el paso al joven de color para mantener el orden de llegada. El primero al que tenían que atender era a mi protagonista. Le pidió cortésmente a la empleada que le rellenara el sobre a lo cual ésta se negó con vehemencia alegando que no podía hacer esperar al resto de la cola. Participé en la conversación sin haber sido invitada a ella, como suelo hacer en estos casos aún a riesgo de parecer insolente y me ofrecí a rellenárselo. El señor ya debía sentir algo de angustia. Os explico. Me miró fijamente a los ojos tratando de decirme algo. Le daba la orden a su cerebro pero éste no le respondía. Mantenía la mirada en la mía tratando de no perder la calma. Hizo un gesto con la cabeza para hacerme entender su problema. Yo, atenta a esos pequeños detalles, entendí que tenía dificultad a parte de para escribir también para hablar.
( No parecía que el problema fuera que no supiera escribir. Algo se lo impedía). Di forma oral a lo que supuse quería decirme. -¿Es ésta la dirección que hay que poner?- . De nuevo el circuito del cerebro volvía a fallarle. Asintió sin dejar de mirarme un solo segundo. Volvió a respirar profundamente para empujar su voz ante mis oídos. Esta vez sí lo consiguió. Empezó a leerme con dificultad lo que había escrito en el papel arrugado. Las letras allí impresas con bolígrafo azul eran apenas legibles. Trazos incompletos, titubeantes… Seguramente los habría escrito él con enorme esfuerzo y aplicado esmero antes de salir de casa. Se trataba de un apellido portugués que le hice que me repitiera dos veces porque su voz como su letra eran incomprensibles. Calle Santa Ángela de la Cruz número 31, código postal 41007… Nuevo bloqueo neuronal… Mál…Madriii…d, Sevi…lla, y de nuevo…Madriii…d. Y justo cuando elegí la ciudad que me pareció más convincente, Madrid, caí en la cuenta que ese código correspondía a Sevilla. Le pregunté si se trataba de Sevilla y perdiendo un poco la calma me dijo Madrid-Sevilla. Le insistí de si podía ser Sevilla y volvió a repetir lo que parecía ser un destino para comprar un billete de tren: Maaadri…d …Sevi…lla. En ese momento la empleada intervino, mirándonos de reojo y con voz seca dijo: – 41000 es de Sevilla-. Le dije que sería conveniente comprar otro sobre para evitar tachones pero ante su gesto de desesperación ante un hecho que no tenía programado realizar (salir , buscar un estanco o una papelería, abrir el sobre, cambiar la documentación… y volverse a enfrentar al hecho de encontrar a alguien que le rellenara la dirección…), se me ocurrió preguntarle a la empleada miope ( por eso de no ver más allá de su ombligo) si tenía “tipex”. Le preguntó
a un compañero y éste también con total indolencia y miope como su compañera, me lo acercó. Mientras tanto el señor me hizo gesto de que escribiera el remite. Le di la vuelta al sobre pero él me lo volvió y me señaló la parte superior izquierda.
-¿Prefiere que lo ponga ahí?-. Reiteró el gesto indicándome con el dedo índice donde quería que lo pusiera. Como por arte de magia sacó otro papelito con lo que debía ser el remite, éste escrito con letra impresa, pero muy pequeñita. Nombre y apellidos españoles. Dirección en portugués: Praça…Cogió aire y de una bocanada dejó salir el nombre de la “praça” que no tenía nada que ver con lo que allí había escrito. –“Pero aquí pone…” Nueva bocanada de aire y de tesón y volvió a repetir el mismo nombre. Cuando terminé de escribirlo se dio cuenta que se había equivocado. Lo comprendí por su mirada de desconsuelo y le propuse borrarlo aprovechando que aún tenía el típex allí cerca. Creo que no le quedaban fuerzas para decidir y para comunicarme lo que quería y abandonó. Deduzco que quiso decirme que lo importante era la dirección a la que iba dirigida y que lo mismo daba que el remitente fuera incorrecto, que estaba inquieto por hacerme perder tanto tiempo, que no podría agradecérmelo debidamente porque sus neuronas definitivamente estaban pasando de él, que vaya enfermedad ésta la que sufría y se señaló el brazo izquierdo y luego el derecho, y sus ojos no perdían de vista los míos ni los míos los de él, era nuestro puente de comunicación. ¡Cómo me gusta mirar a los ojos de las personas¡.
Sólo habían pasado quince minutos pero yo tenía prisa. Los albañiles llegarían a las nueve y aún tenía que ir al banco. Mientras se secaba el típex que tachaba Madrid para poder poner Sevilla yo hice mi gestión. Y de nuevo, momento de lucidez…”- ¿La carta la quiere usted mandar certificada?-“ Sus ojos adquirieron una luz especial, de alegría sin lugar a dudas, y asintió, feliz de que yo me hubiera dado cuenta y pudiera rellenarle el impreso dedicado a tal fin. La empleada susurró: “- ¡Menos mal que te has dado cuenta¡-“. Claro, menos mal que me había dado cuenta si no ella hubiera tenido que perder veintidós segundos de su miope vida en rellenarlo y eso hubiera supuesto la mayor tragedia del día. (Disculpen la ironía). Esto no me llevó más de veinte segundos. Me estaba empezando a sentir burbujeantemente feliz. El señor, que no había dejado de mirarme un solo instante, me transmitió con meridiana transparencia el más sincero agradecimiento con su mirada. O al menos eso recibí yo.
Al salir de aquella oficina de correos, después de haber mandado dos cartas certificadas, una a Málaga y otra a Madr… a Sevilla, las burbujas de felicidad se diluyeron en el aire plomizo de la ciudad y dieron paso a una profunda , desmesurada e inexplicable tristeza. Sentí pena por aquel señor, y el recuerdo de mi padre y esos problemas neuronales que no le hicieron perder la conciencia pero sí el dominio de su lenguaje y de sus actos me inundó e hizo que una nueva secuencia de la película de mi vida empezara a rodar acompañando el paso rápido que emprendí para llegar a tiempo a casa.


Málaga, ocho de julio de dos mil cinco

lunes, 3 de diciembre de 2007

Dudas

Hola a todos,
Hoy tengo serias dudas sobre si continuar con este blog. Tengo cierta tendencia a la desnudez y no sé si me expongo demasiado compartiéndome de esta manera. Dejaré pasar el día para que no sea una decisión precipitada. Si en los días posteriores no me veis es porque he preferido mantener mi intimidad oculta.
Que tengáis un buen día

domingo, 2 de diciembre de 2007




Mis tres princesas. Ellas sí que me hacen feliz. Sólo pensar en sus abrazos siento cosquillas en el corazón


Empezaré por mi hermana mayor (¡nadie lo diría, eh? ) y mi cuñado/hermano. Verdaderos modelos de vida. Enhorabuena chicos, lo estáis haciendo genial¡¡¡


Mi artista y yo.

Mi compañero de viaje.