domingo, 16 de diciembre de 2007

AL ATARDECER O RECALANDO DE NUEVO EN LA INFANCIA




Y entonces Pablo le pidió a Matilde que le hablara de su infancia. Nunca nadie se había interesado tanto por su vida. Sintió una gran felicidad al rastrear en aquel pasado al que había dejado posado con mimo como simiente de todo cuanto le aconteció con posterioridad.

¿Que pasó realmente en aquella infancia lejana? ¿Serían fieles los recuerdos o le jugaría la memoria una broma pesada? ¿Inventamos lo que vivimos? ¿Barnizamos la historia, nuestra historia personal, con trazos indelebles y rescatamos de ella sólo lo que nos marcó profundamente?. Sólo podríamos reconstruirla uniendo nuestros retazos con los de las personas que vivieron a nuestro lado aquellos años. Sólo entonces podríamos acercarnos con un mínimo de realismo a lo que realmente ocurrió. Y ni siquiera así. ¿Para qué entonces?.

Pero Pablo se lo había pedido y ella no vacilaría un segundo en comenzar a contarle cuantos recuerdos transparentes vinieran a su cabeza.
Podía hacerlo. Con suave tacto tejería para él su infancia.

Una infancia rodeada siempre de su familia, sus amigos y amigos de sus hermanos. Una casa bulliciosa que acogía por sus grandes dimensiones a mucha gente. Y una mamá siempre presente, discreta pero firme, que no necesitaba dictar unas normas de convivencia para que todo funcionara.

No nos faltó nunca de nada. Llegábamos siempre puntuales al colegio, íbamos limpios , bien vestidos y peinados, debidamente alimentados, contentos. Me pregunto cómo lo hacía. Qué capacidad de organización, qué capacidad de trabajo, qué fortaleza la suya. No era una madre empalagosa pero siempre estaba cuando la necesitábamos. Sabía protegernos cuando la fiebre nos debilitaba, la comida estaba siempre a su hora, la ropa limpia, la casa arreglada...
Recalar en aquella infancia es perder un poco de vista la figura de mis padres. Yo estaba entretenida en crecer alrededor de mis amigas, de mis maestros, de mis hermanos y hermanas. Guardo muchos más recuerdos de ellos que de mis progenitores. Me entristece pensar que no sé nada de sus vidas de entonces. Sólo toman una presencia más definida cuando se acerca el presente más inmediato. Y sin embargo estoy convencida de la enorme influencia que han tenido en mi vida.

Pensar en mi madre es como pensar en mí misma. Como si ella y yo hubiéramos sido solo una. No le concibo una vida propia. Ella siempre estaba.
Pensar en mi padre es como pensar en mí misma. No estaba tanto pero su presencia era omnipresente. Eran ellos, mis padres y debía de ser así.

¡Qué extraña me siento reconociendo un vacío tan inmenso¡ ¿Por qué nunca me he parado a pensar cómo eran sus vidas entonces?¿Y por qué entonces ahora trato de arreglarlas.? ¿Por qué ahora me considero tan sabia para enjuiciar, aconsejar queriendo estar tan presente? No tengo ningún derecho. Debo de estar ahí, como ellos lo estuvieron, con una exquisita discreción.

No tengo recuerdos de infancia mi querido Pablo. Los olvidé. Déjame que te cuente el ahora y tú sabrás deducir la historia.

- No los olvidaste, mi amor. Es de ti de quien quiero que me hables y eso no se olvida.

Permanecen en mi memoria unos cuantos acontecimientos que siempre relato cuando pienso en el pasado. La excursión al campo el día que tuve mi primera regla y los cuidados de la tía Alma ( una de las hermanas de su madre que había elegido la soltería para ocuparse de su madre, mi abuela) para que no me mojara los pies al cruzar un pequeño riachuelo; las noches de estudio, en casa de la abuela, de la tía Esmeralda y su amiga Marga, sus risas, su alegría; la tarde que murió el abuelo y el llanto de papá (fue la única vez que lo oí llorar); el último embarazo de mamá en el que murió el que hubiera sido el séptimo hijo; los juegos , la música, las risas en la casa siempre rodeada de muchos amigos, las películas de los sábados por la tarde y “los dulces”, montañas de pipas, yogures de chocolate los fines de semana, viajes con toda la familia al campo, a Sevilla, a Córdoba, a Madrid..., las noches de Reyes, los deliciosos veranos junto al mar, infinitas mudanzas, los comienzos de curso, mi primer día de colegio, el abuelo cuidando de nosotros mientras los papás iban al cine, las chocolatinas al día siguiente...

Pablo, con la mirada perdida en el horizonte, escuchaba sin parpadear a Matilde con esa atención propia de testigos omnipresentes y fieles de la humanidad. Trataba de imaginar aquella infancia jubilosa de su Patoja (era el nombre cariñoso con el que la nombraba) e irremediablemente el recuerdo de la suya empañó sus ojos cálidos y acostumbrados a mirar al fondo de las almas de quienes le rodeaban.
Matilde, inmersa como estaba en esa maraña de recuerdos lejanos, percibió la mirada triste de su siempre alegre compañero, e interrumpió el relato desordenado en el que por fin empezaba a encontrarse cómoda.

- ¿Qué te ocurre, Pablo?
- Las arrugas del corazón, mi amada. Pero no, no pares. Sigue desgranando tu mundo para mí.

Se hizo un silencio familiar para ellos y ambos sintieron la caricia también familiar de Copihue entre sus piernas reclamando el paseo diario entre los acantilados.




FEBRERO 2004

2 comentarios:

esteban dijo...

...bravo!!!

mariló dijo...

Creo que eres mi más fiel lector. Gracias. Me animas y me acompañas. Que tengas un buen día