Detecto muy poco interés por parte de los alumnos y eso me desanima. Me llego a plantear si lo hago bien en las clases, si los motivo lo suficiente... No suelen traer la tarea hecha y cuando les pido que trabajen en clase tengo que pasarme la hora diciéndoles a unos y a otros que dejen de hablar, que saquen el material, que "por favor" aprovechen la hora.
¿Esa es nuestra tarea? No lo creo. Compañeros y compañeras... ¿cómo lo vivís vosotros? ¿Qué hacemos?
miércoles, 28 de noviembre de 2007
martes, 27 de noviembre de 2007
Compañeros de instituto
Bodegón
Compartiendo mi sentir
APENAS UN MINUTO ANTES
Un minuto antes Carmela sonreía. Un minuto antes sentía las caricias de su marido y se reconfortaba con ellas. Un minuto antes cuidaba con esmero su jardín y terminaba de colocar los platos de la cena en el fregadero. Al día siguiente los quitaría, pensó mientras se apresuraba en ir hacia la salita donde José leía y a quien quería sentir cerca para que mitigara su cansancio con su simple presencia.
Un minuto antes José terminaba de corregir los últimos exámenes de sus alumnos de primero de bachillerato a quien había prometido entregar las notas el lunes. Un minuto antes José leía ensimismado y relajado un clásico inglés sin dejar de prestar atención a los movimientos decididos pero pausados de Carmela sabiendo que en breve la vería aparecer enfundada en su bata de algodón blanca presta a acurrucarse a su lado buscando sus dulces caricias.
Un minuto antes la vida transcurría sin sobresaltos con la cadencia de las olas lamiendo la arena en un infatigable ir y venir.
Un minuto antes los cimientos de su casa se erguían fuertes y poderosos, sabedores de su inquebrantable resistencia a los envites de la más terrible de las tempestades.
El sonido del teléfono marcó el final de ese minuto.
El tiempo empezó a galopar sin darles respiro, destruyendo a su paso cualquier ilusión, arrasando y diluyendo los momentos felices, sumiéndolos en la más terrible pesadilla.
Carmela y José deambulan por la casa, lívidos, fantasmales, con la sonrisa borrada definitivamente de sus rostros, vacíos pero descubriendo a cada segundo cuánta tristeza puede caber en sus corazones.
Un minuto antes Francis volvía a casa en moto después de una agradable velada con sus amigos. Una piedra le hizo perder el equilibrio y el casco no lo salvó de un golpe fatal en la cabeza.
En vano buscan sus padres la manecilla del reloj que los devuelva a ese fugaz minuto de felicidad.
Un minuto antes Carmela sonreía. Un minuto antes sentía las caricias de su marido y se reconfortaba con ellas. Un minuto antes cuidaba con esmero su jardín y terminaba de colocar los platos de la cena en el fregadero. Al día siguiente los quitaría, pensó mientras se apresuraba en ir hacia la salita donde José leía y a quien quería sentir cerca para que mitigara su cansancio con su simple presencia.
Un minuto antes José terminaba de corregir los últimos exámenes de sus alumnos de primero de bachillerato a quien había prometido entregar las notas el lunes. Un minuto antes José leía ensimismado y relajado un clásico inglés sin dejar de prestar atención a los movimientos decididos pero pausados de Carmela sabiendo que en breve la vería aparecer enfundada en su bata de algodón blanca presta a acurrucarse a su lado buscando sus dulces caricias.
Un minuto antes la vida transcurría sin sobresaltos con la cadencia de las olas lamiendo la arena en un infatigable ir y venir.
Un minuto antes los cimientos de su casa se erguían fuertes y poderosos, sabedores de su inquebrantable resistencia a los envites de la más terrible de las tempestades.
El sonido del teléfono marcó el final de ese minuto.
El tiempo empezó a galopar sin darles respiro, destruyendo a su paso cualquier ilusión, arrasando y diluyendo los momentos felices, sumiéndolos en la más terrible pesadilla.
Carmela y José deambulan por la casa, lívidos, fantasmales, con la sonrisa borrada definitivamente de sus rostros, vacíos pero descubriendo a cada segundo cuánta tristeza puede caber en sus corazones.
Un minuto antes Francis volvía a casa en moto después de una agradable velada con sus amigos. Una piedra le hizo perder el equilibrio y el casco no lo salvó de un golpe fatal en la cabeza.
En vano buscan sus padres la manecilla del reloj que los devuelva a ese fugaz minuto de felicidad.
Viaje por Namibia
domingo, 25 de noviembre de 2007
Suscribirse a:
Entradas (Atom)